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MI SECRETO: EL CORREDOR

  • Foto del escritor: Rocío Belén Paleari
    Rocío Belén Paleari
  • 7 oct 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 10 oct 2018

Una crónica alucinante sobre todo lo que podrías estar haciendo mientras vos estás en la facultad.

Es martes a la noche y no tengo ganas de estar en la facultad. Le mando un mensaje al corredor y cuando vamos al recreo junto mis cosas en la mochila y me voy. Ya es de noche y puedo ver cómo juega con las luces de la ciudad el vapor que sale de mi boca al respirar.

Me tomo el primer colectivo que veo pasar por el Metrobus de la 9 de Julio y llegó bastante rápido a su departamento en el barrio de congreso. Toco el timbre. Me apoyo contra la pared y cambio de canción en el Spotify mientras espero a que atienda el portero.

-Hola.

-Bajá

Lo reconozco a la distancia. Tiene puesta una remera de running amarrillo resaltador y short Dri-fit negro. Nunca lo vi vestido de civil. Siempre esta vestido para correr. Cuando no corre trabaja como periodista de running en un multimedio. Me pregunto a qué edad me va a agarrar la locura por “la vida sana”. Tengo 21 y lo único que planifico sobre mi alimentación es la cerveza que voy a tomar el fin de semana.

Me saluda con un beso en la frente, aunque soy alta sigo siendo más bajita que él. Agarra mi mochila y me abre la puerta del ascensor.

-¿Cómo estuvo la facu?

-Un embole. Igual que siempre.

Deja mi mochila en el sillón y me pregunta que quiero comer. Le digo que no tengo hambre. Lo empujo contra mi cuerpo y lo beso. Le acaricio el pelo. Aunque está pisando los 40 todavía tiene pelo. Igual, se le está empezando a poner canoso.

Lo vuelvo a empujar pero esta vez para separarlo de mi cuerpo. Voy al cuarto y me tiro en la cama.

-¿Seguro que no queres comer?

Me grita desde el living.

- No, Pá. Quiero que vengas acá.

Le digo. Hacía rato que había agarrado la costumbre de decirle Pá.

El corredor viene al cuarto y se para al lado de la cama. Yo meto mi mano por abajo de su remera. Recorro su panza y su pecho de cuarentón con mi mano de uñas rosas con brillitos y mis pulseras de dijesitos de disney. Bajo hasta meterla adentro de su pantalón. Él se tira arriba mío.

-Pará que aviso en mi casa.

-¿Otra vez dormís en lo de una amiga?

-Sí.

-No está bueno que mientas.

Me reprochó. No le digo nada. No sé cómo decirle que tengo miedo. Que no quiero escuchar esa palabra. Esa que tanto usa mi papá cuando yo o alguna de mis hermanas hacemos algo que no le gusta. Tengo miedo de que me digan puta.


Le chupo la pija porque no tengo ganas de escucharlo. Lo hago con ganas porque me gusta. Me gusta la cara que pone cuando lo hago. Me gustan las líneas de expresión que aparecen, aunque sé que dentro de poco van a ser arrugas. Lo hago porque me gusta hacerlo acabar.

Me pone en cuatro y me empieza a coger con ganas. Me embiste con fuerza. Me agarra las tetas. Él grita, yo grito. No me aguanto mucho tiempo en cuatro y me tiro al colchón. Me da vuelta y me sigue cogiendo; esta vez patita al hombro. Estoy por acabar, le grito más fuerte:

-Ay papiii

Le miro la cara de pervertido que pone cuando me hace acabar. Me saca la pija y me tira su leche en la panza. Se acuesta al lado mío y nos quedamos abrazados sin decir nada. Al rato, como quien no quiere la cosa le pregunto:

-¿Qué dirías si te enteras que a tu hija se la está cogiendo a un viejo como vos?

Sin responderme se levanta y se pone a cocinar. Me pongo su remera que me queda de camisón y lo sigo a la cocina. Me preparo un Fernet y me siento en la mesada, como hacia los domingos a la mañana cuando mi papá cocinaba y a mí me dejaba desayunar Coca- Cola.


 
 
 

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